Allá por 2013 escribí esto (lo transcribo y no lo enlazo porque el blog ha decidido hacer su propio diseño con las tildes según la vocal sobre la que van, y aunque se entiende, es un poco coñazo leerlo):
Le tengo miedo a muchas cosas. A cosas serias y cosas que son tonterías. Como éste es un post de pamplinas, hablaremos de las tonterías. En el número uno de las que me dan miedo está la película El exorcista. No es un miedo de ay qué susto, no. Es un miedo cerval, totalmente irracional e histérico. Es curioso, porque en mis tiempos mozos leí el libro y llegué a ver la película unas cuantas veces. Es más, me divertía asustando a mi hermana pequeña (lo sé, soy una cabrona, pero entonces era joven e inocente) repitiendo alguna de las frases de la protagonista. Pero ahora no soporto ver imágenes de la película, algo más o menos controlable, pero tampoco puedo oír su música, y aquí viene el verdadero problema, porque ya alguna vez he abandonado un supermercado con un carrito a medio llenar por incluir el Tubullar Bells en su hilo musical. Así es que cuando el pasado sábado veíamos el telediario mientras comíamos y la señorita presentadora daba como noticia que se cumplían cuarenta años de tan celebrado disco, hice lo que suelo hacer en estos casos: taparme los oídos y hablar en voz alta para que no llegase a mí ni una nota. Sólo que esta vez tuvo un resultado inesperado: saltaron los plomos y se fue la luz de toda la casa. Beaumont, desde entonces, me mira raro.
Serían las seis y media de esta mañana. Sí, una hora infame. Acababa de salir de la ducha y ya me había puesto la lentilla del ojo izquierdo. Podéis suponer que a esa hora, todo está en el silencio más absoluto. Pues bien, cuando ya tenía la lentilla del ojo derecho entre los dedos, he comenzado a escuchar las primeras notas de sí, esa melodía. Normalmente tengo un oído que funciona igual que un adoquín, pero con esa melodía mi córtex frontal pega un salto (sí, hasta a esas horas) y ya la tenemos liá.
Sonaba a móvil, no sé si tono de llamada o tono de alarma (que ya hay que tener mal gusto). Tampoco sé si era de la vecina de arriba o de la de abajo. Por si acaso, he despachado maldiciones a ambas, porque además, no creáis que la que fuera se ha apresurado a apagarlo/contestar. Yo con la lentilla en la palma de la mano y aquello sonando. Yo sola en el baño y el resto de la casa a oscuras. Cuando ha cesado la tortura, me he dispuesto a seguir con lo que estaba haciendo, mientras seguía maldiciendo. Al ir a limpiar la lentilla contra la palma de la mano, se ha roto en dos mitades casi perfectas.
No recordaba el final del post del 2013. Ahora sí que tengo miedo.
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